CAPÍTULO TRES: BURDEL
Álex asomó la cabeza.
El conductor no se había dado cuenta de su presencia. Se encontraba
cómodamente sentado en el asiento, mirando inocentemente alrededor,
vigilando la entrada al edificio sin mucho empeño. Su rostro
reflejaba un ademán de superioridad, de seguridad en si mismo. Un
pecado en los tiempos que corrían. Álex lo iba a aprovechar.
Se planteó como abordar
la situación; ¿Debía aprovechar el despiste del hombre y salir
corriendo a por él? ¿o acercarse sigilosamente y en el último
momento, despachar el asunto?. Cada una de las posibilidades tenía
una pega. El conductor estaba metido en la cabina, tendría que abrir
la puerta, contando que ésta estuviese abierta, claro. Aún así; si
se diese cuenta un segundo antes de lo previsto, Álex se llevaría
un regalo en forma de proyectil. Las ideas fluían, pero como no se
decantó por ninguna, decidió esperar.
Se quedó observando la
zona circundante, por si acaso tenía que salir corriendo. Memorizó
cada piedra, cada grieta; en esas condiciones igual de mortal era un
esguince que un disparo.
Se fijó en las mugrientas ventanas
del misterioso edificio. Apenas se
distinguía el interior del edificio, pero se distinguían sombras. -
A juzgar por la forma, algunas son de soldados. -pensó.- Pero otras
son... de mujeres.- Álex se fijó un poco más. A juzgar por las
voluptuosas curvas, se notaba que la ropa que llevaban era ceñida,
si es que llevaban ropa alguna. Ese pensamiento se lo hizo ver claro.
Por eso el edificio se conservaba tan bien; por eso la guerra apenas
había hecho mella en su fachada. Era un burdel.
-No se por qué no me
extraña- sonreía levemente mientras seguía vigilando al conductor.
- Es uno de los típicos lugares de reunión de los soldados.- Él
estaba puesto, al fin y al cabo, muchas de sus mejores noches las
pasó en lugares como ese, en la barra del bar, viendo como los
jóvenes cadetes a su cargo se emborrachaban junto a él y, como más
de uno alquilaba una de esas habitaciones para pasar la noche
felizmente junto a una de esas señoritas. Era divertido, o al menos
eso le parecía a él, aunque nunca llegó a pasar de la barra.
Por su propia
experiencia, Álex pensó que aun tardarían un buen rato; al fin y
al cabo, pocos eran los que se resistían a satisfacer los deseos de
los que podían ejecutarte allí mismo alegando cualquier estúpida
razón.
Tras este razonamiento,
se fueron aclarando las ideas. Aunque le separaban unos cuantos
metros del conductor, si era rápido no le daría tiempo a
reaccionar. Aquel soldado le proporcionaba parte de lo que
necesitaba, un arma y ropa. Se aferró a su cuchillo rudimentario y
le dedicó una mirada. Tenía que ser certero, ese arma no aguantaría
dos golpes. Debía ir directo hacia las zonas vitales, sin vacilar.
Álex asintió,
únicamente para confirmarse a si mismo que estaba preparado. Agachó
el cuerpo. Tensó las piernas y frunció el ceño.
Las manos le sudaban,
estaba nervioso.- Para ya Álex, y ahora o nunca- se dijo-. Estaba
preparado, concentrado, e iba a correr.
Uno... No dejaba de
observar al conductor. Tenía claro que aquel hombre no vería la luz
del sol de mañana.
Dos... Sentía su
respiración agitada y su corazón latiendo desbocado dentro del
pecho; aunque contaba con el factor sorpresa, esa maniobra no estaba
exenta de riesgos.
Y...
Un grito le dejó helado.
Fue tan repentino, que apunto estuvo de caerse al suelo, pero
consiguió mantener el equilibrio. Con lo nervioso y concentrado que
estaba, se había asustado. Ese gritó fue desgarrador. Miró en
todas direcciones buscando el origen. No había cambiado nada, no
había nadie más que el conductor y él mismo.
Cuando se relajó, vio
que el conductor también se había asustado, ahora estaba fuera del
vehículo, con el arma en la mano, buscando un blanco sobre el que
abrir fuego.
-Ahora si que no.- Álex
no dejaba de mirar desde la sombra. -Maldita sea, ¿Qué demonios
habrá pasado?.- No tardó en averiguar la respuesta.
La puerta del burdel se
abrió. Álex vio como salía uno de los soldados sujetando a una de
las chicas por el cuello, llevándola en volandas. La mujer no dejaba
de patalear y se aferraba a la mano que le aprisionaba el cuello.
Cuando el hombre se cansó la lanzó sin ningún tipo de miramiento
contra el suelo; y allí permaneció recuperándose de la asfixia a
la que había sido sometida.
Su atención estaba
puesta completamente en la mujer y no se dio cuanta, hasta que esta
no estaba en el suelo, de que no era la única a la que los soldados
habían invitado amablemente a salir con ellos.
Eran diez chicas en
total, dos para cada uno de los soldados. A punta de pistola, las
obligaron a subirse al transporte. Entre sollozos y lágrimas, fueron
subiendo una por una, a excepción de la chica que seguía en el
suelo. Era la más joven entre todas ellas, y a juzgar por su rostro,
Álex dedujo que debía ser la más joven de todo el burdel.
Aquella chica no tendría
más de veinte años. Se distinguía entre la suciedad y el polvo que
la cubrían por la caída una cara perfilada y un cuerpo esbelto; el
vestido estaba destrozado y en algunos sitios tenía manchas oscuras
producidas por la sangre de pequeñas heridas que le habían
producido.
La chica alzó la vista,
vio que estaban ocupados subiendo a sus compañeras, se levantó todo
lo aprisa que pudo, y echó a correr. Se dirigió hacia donde estaba
Álex, pero sólo porque sabía que entre las columnas y los
escombros tenía mucha más posibilidad de escapar que yendo por una
calle despejada.
Uno de los soldados la
estaba vigilando, consciente de que podía suceder aquello. La
persiguió. Ella no pudo avanzar más de unos metros, los suficientes
para que pasase las columnas, pero tropezó y cayó al suelo. El
soldado, tranquilamente, se fue acercando. Álex lo estaba oyendo
acercarse, y se pegó más si cabe a la columna. La chica estaba
tirada de nuevo en el suelo. El guardia pasó dentro del soportal
pero no llegó a ver a Álex, estaba concentrado únicamente en la
chica. Ella miró a los ojos a su agresor. Su mirada no mostraba
miedo, más bien, era una mirada de desafío, de provocación. No era
la primera vez que tenía un tropezón con uno de aquellos hombres, y
sabía como se las gastaban. El hombre le aguantó la mirada.
-Así que la zorra quería
huir, ¿verdad?.- reía entre dientes - ¿ Sabes acaso lo que hacemos
con las chicas que son como tú?.- como única respuesta, la chica le
escupió con desprecio.
La sonrisa se borró del
rostro del soldado, frunció el ceño y le propinó una fuerte patada
en el estómago. Ella gritó de dolor y se encogió. Tras esto, el
hombre echó mano de su revólver diciendo -Se acabó zorra, nadie
escupe a un soldado del Lord-. Le apuntó.
Álex no tuvo tiempo de
pensar, ni siquiera intentó hacerlo. Sintió que el tiempo iba más
despacio, a cámara lenta. Era completamente consciente de cada uno
de los gestos del hombre, como desenfundó el arma, como iba
levantando el brazo. Álex saltó sobre él, sujetando el arma con
una mano, se puso en frente de él y hundió el puñal que empuñaba
en la otra mano. El arma se disparó, alertando a los guardias. Se
dieron la vuelta, sorprendidos, preguntándose qué había pasado.
Álex volvió a empujar el cuchillo, hundiéndolo más y más, hasta
que se partió, dejando una buena parte dentro del hombre. Éste
gritó y confirmó las sospechas de sus compañeros.
-¡ Disparad !- gritó el
líder de la patrulla.
Álex se cubrió con el
cuerpo del soldado y avanzó hacia la patrulla. El cadáver le
protegió de los disparos, y cuando estuvo a distancia suficiente, se
dispuso a actuar. Se notaba que eran jóvenes e inexpertos, pues
gastaron los cargadores de las armas en un instante. Y tuvieron que
recargar.
Se deshizo del cuerpo, y
con el arma recién adquirida dio buena cuenta de dos de ellos. Dos
disparos, no necesitó más. El que estaba junto a ellos se quedó
paralizado. Hace un momento, estaban en el burdel, aprovechando su
superioridad para hacer lo que quisiesen y ahora, habían muerto tres
de sus compañeros en apenas unos segundos. La duda le salió cara.
Álex lo miró fijamente, escrutándole el alma, mostrando una mirada
de odio y desprecio. Un tercer disparo.
Tan sólo quedaba uno de
los soldados. Álex se giró, mirándole de frente y antes de que el
otro hubiese conseguido recargar su arma, ya estaba encañonado. El
pobre se puso a temblar, tanto, que se le resbaló el cargador de las
manos. El joven empalideció; tener la muerte tan cerca, la muerte de
uno mismo, era algo difícil de asumir.
Álex estaba tenso,
sujetaba el revolver con demasiada fuerza. Sudaba, una cantidad
exagerada, eso le hacía tener las manos resbaladizas. Lo notaba, no
dejaba de ajustar la mano a la empuñadura. La tensión era más que
palpable. En sus manos tenía la oportunidad de dar rienda suelta a
su furia, sólo tenía que apretar el gatillo; pero sin embargo, por
alguna extraña razón, sentía que no podía arrebatarle la vida a
aquel tipo.
El soldado poco a poco
recuperó el color en sus mejillas, y vio en los ojos de Álex la
duda. Despacio, sin ningún movimiento brusco, se fue agachando.
Recogió el cargador de su arma, sin dejar de mirarle a los ojos. Se
fue incorporando. El corazón le latía a mil por hora, no entendía
por qué el hombre que hacía rato que le estaba apuntando no le
disparaba.
Álex no se podía mover;
el pensamiento le había dejado helado, y contempló como el hombre,
hasta hace un momento completamente indefenso, ahora estaba
recargando su arma, lentamente, como si se asegurara de seguir todos
los pasos bien para evitar que fallase. Cuando se quiso dar cuenta,
tenía el cañón del arma del soldado apuntándole a él.
Ahora era un duelo, ya no
sólo a nivel físico, sino a nivel mental. Aunque ambos estaban
dispuestos a abrir fuego, sabían que corrían el riesgo de que el
otro lo hiciese, y apreciaban demasiado sus vidas como para querer
suicidarse de esa manera. La tensión cada vez iba en aumento.
Las chicas, al ver
aquello, no se atrevieron a bajarse del transporte, estaban
expectantes, impacientes por saber cómo acabaría aquella
confrontación.
Los dos hombres no
apartaban la mirada el uno del otro, no querían cometer ese riesgo.
Apenas pestañeaban. Únicamente se pasaban la lengua por los labios,
los nervios se los habían dejado secos.
El brazo de Álex se
estaba empezando a cansar, y en su noto se reflejaba ese hecho. El
soldado lo notó y sonrió, él apenas lo estaba. Sólo tenía que
esperar, ser paciente, y apretar el gatillo en el momento justo.
A Álex ya le pesaba el
brazo demasiado, y ya no era capaz de mantener el cañón de la
pistola recto. Le temblaba el pulso. Vio en el rostro de su enemigo
la impaciencia reflejada y una estúpida sonrisa, ya se veía ganador
de aquel duelo. No pudo más, y bajó el brazo, pero sin apartar la
vista de su adversario.
El soldado pronunció
mucho más la sonrisa, sujetó firmemente el arma y se dispuso a
disparar. Álex no cerró los ojos, y no dejó de mirar fijamente los
del hombre que tenía en frente.
Esperaba un disparo y un
dolor muy intenso, sin embargo, no sintió nada de nada. No se oyó
ningún disparo, y el cañón del hombre aun le apuntaba.
Vio algo que le pareció
extraño. Su ejecutor abrió los ojos y pestañeo con un aire de
incredulidad. Su rostro empezó a temblar, y de su boca salió un
hilo de sangre. Álex estaba atónito, no sabía que le pasaba, no lo
entendía.
Su enemigo bajó el
brazo, y sin dejar de mirarle se dejó caer de rodillas al suelo,
como si fuera un muñeco de trapo. Acto seguido se desplomó hacia
adelante, muerto.
Álex vio la razón, de
la espalda del hombre asomaba la empuñadura de un cuchillo. Levantó
la vista y se encontró con la de la mujer que había salvado hace
unos momentos. Ella se había acercado, había rebuscado en los
cadáveres hasta que encontró lo que buscaba y le salvó la vida.
-Gracias...- Balbuceó
Álex, aun tenso por el encuentro con el soldado.
-De nada, la deuda ya
está saldada- sin más palabras que esas, se acercó al transporte y
ayudó al resto de mujeres a bajar del transporte. Cuando todas
estaban abajo, sin mediar palabra, se dirigieron a la puerta del
burdel. Antes de que todas desaparecieran por el umbral de la puerta,
Álex gritó: - ¿Cómo te llamas?.- la chica se hizo a un lado para
que acabasen de entrar el resto. Miró a Álex, con una expresión
entre desprecio y asco le dijo: - No necesitas saberlo, siempre que
me necesites para satisfacerte, tan solo tienes que traer unas
monedas- se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad del
interior. La puerta se cerró de golpe.
Allí permaneció Álex,
entre los cadáveres de los hombres que habían muerto a sus manos,
con el miedo a morir aun latente en su pecho y su garganta. Allí
permaneció, frente al burdel, contemplando la fachada, mirando las
ventanas. Allí permaneció, pensando en lo que había pasado.
Tragó saliva, se acercó
a la puerta, y llamó.
1 comentario:
Muy bueno, lo has dejado muy interesante :O
¿Alex en un burdel? o_O
me muero por leer el siguiente ^^
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