martes, 12 de febrero de 2013

Capítulo 3


CAPÍTULO TRES: BURDEL

Álex asomó la cabeza. El conductor no se había dado cuenta de su presencia. Se encontraba cómodamente sentado en el asiento, mirando inocentemente alrededor, vigilando la entrada al edificio sin mucho empeño. Su rostro reflejaba un ademán de superioridad, de seguridad en si mismo. Un pecado en los tiempos que corrían. Álex lo iba a aprovechar.
Se planteó como abordar la situación; ¿Debía aprovechar el despiste del hombre y salir corriendo a por él? ¿o acercarse sigilosamente y en el último momento, despachar el asunto?. Cada una de las posibilidades tenía una pega. El conductor estaba metido en la cabina, tendría que abrir la puerta, contando que ésta estuviese abierta, claro. Aún así; si se diese cuenta un segundo antes de lo previsto, Álex se llevaría un regalo en forma de proyectil. Las ideas fluían, pero como no se decantó por ninguna, decidió esperar.
Se quedó observando la zona circundante, por si acaso tenía que salir corriendo. Memorizó cada piedra, cada grieta; en esas condiciones igual de mortal era un esguince que un disparo.
Se fijó en las mugrientas ventanas del misterioso edificio. Apenas se distinguía el interior del edificio, pero se distinguían sombras. - A juzgar por la forma, algunas son de soldados. -pensó.- Pero otras son... de mujeres.- Álex se fijó un poco más. A juzgar por las voluptuosas curvas, se notaba que la ropa que llevaban era ceñida, si es que llevaban ropa alguna. Ese pensamiento se lo hizo ver claro. Por eso el edificio se conservaba tan bien; por eso la guerra apenas había hecho mella en su fachada. Era un burdel.
-No se por qué no me extraña- sonreía levemente mientras seguía vigilando al conductor. - Es uno de los típicos lugares de reunión de los soldados.- Él estaba puesto, al fin y al cabo, muchas de sus mejores noches las pasó en lugares como ese, en la barra del bar, viendo como los jóvenes cadetes a su cargo se emborrachaban junto a él y, como más de uno alquilaba una de esas habitaciones para pasar la noche felizmente junto a una de esas señoritas. Era divertido, o al menos eso le parecía a él, aunque nunca llegó a pasar de la barra.
Por su propia experiencia, Álex pensó que aun tardarían un buen rato; al fin y al cabo, pocos eran los que se resistían a satisfacer los deseos de los que podían ejecutarte allí mismo alegando cualquier estúpida razón.
Tras este razonamiento, se fueron aclarando las ideas. Aunque le separaban unos cuantos metros del conductor, si era rápido no le daría tiempo a reaccionar. Aquel soldado le proporcionaba parte de lo que necesitaba, un arma y ropa. Se aferró a su cuchillo rudimentario y le dedicó una mirada. Tenía que ser certero, ese arma no aguantaría dos golpes. Debía ir directo hacia las zonas vitales, sin vacilar.
Álex asintió, únicamente para confirmarse a si mismo que estaba preparado. Agachó el cuerpo. Tensó las piernas y frunció el ceño.
Las manos le sudaban, estaba nervioso.- Para ya Álex, y ahora o nunca- se dijo-. Estaba preparado, concentrado, e iba a correr.
Uno... No dejaba de observar al conductor. Tenía claro que aquel hombre no vería la luz del sol de mañana.
Dos... Sentía su respiración agitada y su corazón latiendo desbocado dentro del pecho; aunque contaba con el factor sorpresa, esa maniobra no estaba exenta de riesgos.
Y...

Un grito le dejó helado. Fue tan repentino, que apunto estuvo de caerse al suelo, pero consiguió mantener el equilibrio. Con lo nervioso y concentrado que estaba, se había asustado. Ese gritó fue desgarrador. Miró en todas direcciones buscando el origen. No había cambiado nada, no había nadie más que el conductor y él mismo.
Cuando se relajó, vio que el conductor también se había asustado, ahora estaba fuera del vehículo, con el arma en la mano, buscando un blanco sobre el que abrir fuego.
-Ahora si que no.- Álex no dejaba de mirar desde la sombra. -Maldita sea, ¿Qué demonios habrá pasado?.- No tardó en averiguar la respuesta.
La puerta del burdel se abrió. Álex vio como salía uno de los soldados sujetando a una de las chicas por el cuello, llevándola en volandas. La mujer no dejaba de patalear y se aferraba a la mano que le aprisionaba el cuello. Cuando el hombre se cansó la lanzó sin ningún tipo de miramiento contra el suelo; y allí permaneció recuperándose de la asfixia a la que había sido sometida.
Su atención estaba puesta completamente en la mujer y no se dio cuanta, hasta que esta no estaba en el suelo, de que no era la única a la que los soldados habían invitado amablemente a salir con ellos.
Eran diez chicas en total, dos para cada uno de los soldados. A punta de pistola, las obligaron a subirse al transporte. Entre sollozos y lágrimas, fueron subiendo una por una, a excepción de la chica que seguía en el suelo. Era la más joven entre todas ellas, y a juzgar por su rostro, Álex dedujo que debía ser la más joven de todo el burdel.
Aquella chica no tendría más de veinte años. Se distinguía entre la suciedad y el polvo que la cubrían por la caída una cara perfilada y un cuerpo esbelto; el vestido estaba destrozado y en algunos sitios tenía manchas oscuras producidas por la sangre de pequeñas heridas que le habían producido.
La chica alzó la vista, vio que estaban ocupados subiendo a sus compañeras, se levantó todo lo aprisa que pudo, y echó a correr. Se dirigió hacia donde estaba Álex, pero sólo porque sabía que entre las columnas y los escombros tenía mucha más posibilidad de escapar que yendo por una calle despejada.
Uno de los soldados la estaba vigilando, consciente de que podía suceder aquello. La persiguió. Ella no pudo avanzar más de unos metros, los suficientes para que pasase las columnas, pero tropezó y cayó al suelo. El soldado, tranquilamente, se fue acercando. Álex lo estaba oyendo acercarse, y se pegó más si cabe a la columna. La chica estaba tirada de nuevo en el suelo. El guardia pasó dentro del soportal pero no llegó a ver a Álex, estaba concentrado únicamente en la chica. Ella miró a los ojos a su agresor. Su mirada no mostraba miedo, más bien, era una mirada de desafío, de provocación. No era la primera vez que tenía un tropezón con uno de aquellos hombres, y sabía como se las gastaban. El hombre le aguantó la mirada.
-Así que la zorra quería huir, ¿verdad?.- reía entre dientes - ¿ Sabes acaso lo que hacemos con las chicas que son como tú?.- como única respuesta, la chica le escupió con desprecio.
La sonrisa se borró del rostro del soldado, frunció el ceño y le propinó una fuerte patada en el estómago. Ella gritó de dolor y se encogió. Tras esto, el hombre echó mano de su revólver diciendo -Se acabó zorra, nadie escupe a un soldado del Lord-. Le apuntó.

Álex no tuvo tiempo de pensar, ni siquiera intentó hacerlo. Sintió que el tiempo iba más despacio, a cámara lenta. Era completamente consciente de cada uno de los gestos del hombre, como desenfundó el arma, como iba levantando el brazo. Álex saltó sobre él, sujetando el arma con una mano, se puso en frente de él y hundió el puñal que empuñaba en la otra mano. El arma se disparó, alertando a los guardias. Se dieron la vuelta, sorprendidos, preguntándose qué había pasado. Álex volvió a empujar el cuchillo, hundiéndolo más y más, hasta que se partió, dejando una buena parte dentro del hombre. Éste gritó y confirmó las sospechas de sus compañeros.

-¡ Disparad !- gritó el líder de la patrulla.
Álex se cubrió con el cuerpo del soldado y avanzó hacia la patrulla. El cadáver le protegió de los disparos, y cuando estuvo a distancia suficiente, se dispuso a actuar. Se notaba que eran jóvenes e inexpertos, pues gastaron los cargadores de las armas en un instante. Y tuvieron que recargar.
Se deshizo del cuerpo, y con el arma recién adquirida dio buena cuenta de dos de ellos. Dos disparos, no necesitó más. El que estaba junto a ellos se quedó paralizado. Hace un momento, estaban en el burdel, aprovechando su superioridad para hacer lo que quisiesen y ahora, habían muerto tres de sus compañeros en apenas unos segundos. La duda le salió cara. Álex lo miró fijamente, escrutándole el alma, mostrando una mirada de odio y desprecio. Un tercer disparo.
Tan sólo quedaba uno de los soldados. Álex se giró, mirándole de frente y antes de que el otro hubiese conseguido recargar su arma, ya estaba encañonado. El pobre se puso a temblar, tanto, que se le resbaló el cargador de las manos. El joven empalideció; tener la muerte tan cerca, la muerte de uno mismo, era algo difícil de asumir.
Álex estaba tenso, sujetaba el revolver con demasiada fuerza. Sudaba, una cantidad exagerada, eso le hacía tener las manos resbaladizas. Lo notaba, no dejaba de ajustar la mano a la empuñadura. La tensión era más que palpable. En sus manos tenía la oportunidad de dar rienda suelta a su furia, sólo tenía que apretar el gatillo; pero sin embargo, por alguna extraña razón, sentía que no podía arrebatarle la vida a aquel tipo.
El soldado poco a poco recuperó el color en sus mejillas, y vio en los ojos de Álex la duda. Despacio, sin ningún movimiento brusco, se fue agachando. Recogió el cargador de su arma, sin dejar de mirarle a los ojos. Se fue incorporando. El corazón le latía a mil por hora, no entendía por qué el hombre que hacía rato que le estaba apuntando no le disparaba.
Álex no se podía mover; el pensamiento le había dejado helado, y contempló como el hombre, hasta hace un momento completamente indefenso, ahora estaba recargando su arma, lentamente, como si se asegurara de seguir todos los pasos bien para evitar que fallase. Cuando se quiso dar cuenta, tenía el cañón del arma del soldado apuntándole a él.
Ahora era un duelo, ya no sólo a nivel físico, sino a nivel mental. Aunque ambos estaban dispuestos a abrir fuego, sabían que corrían el riesgo de que el otro lo hiciese, y apreciaban demasiado sus vidas como para querer suicidarse de esa manera. La tensión cada vez iba en aumento.
Las chicas, al ver aquello, no se atrevieron a bajarse del transporte, estaban expectantes, impacientes por saber cómo acabaría aquella confrontación.
Los dos hombres no apartaban la mirada el uno del otro, no querían cometer ese riesgo. Apenas pestañeaban. Únicamente se pasaban la lengua por los labios, los nervios se los habían dejado secos.
El brazo de Álex se estaba empezando a cansar, y en su noto se reflejaba ese hecho. El soldado lo notó y sonrió, él apenas lo estaba. Sólo tenía que esperar, ser paciente, y apretar el gatillo en el momento justo.
A Álex ya le pesaba el brazo demasiado, y ya no era capaz de mantener el cañón de la pistola recto. Le temblaba el pulso. Vio en el rostro de su enemigo la impaciencia reflejada y una estúpida sonrisa, ya se veía ganador de aquel duelo. No pudo más, y bajó el brazo, pero sin apartar la vista de su adversario.
El soldado pronunció mucho más la sonrisa, sujetó firmemente el arma y se dispuso a disparar. Álex no cerró los ojos, y no dejó de mirar fijamente los del hombre que tenía en frente.
Esperaba un disparo y un dolor muy intenso, sin embargo, no sintió nada de nada. No se oyó ningún disparo, y el cañón del hombre aun le apuntaba.
Vio algo que le pareció extraño. Su ejecutor abrió los ojos y pestañeo con un aire de incredulidad. Su rostro empezó a temblar, y de su boca salió un hilo de sangre. Álex estaba atónito, no sabía que le pasaba, no lo entendía.
Su enemigo bajó el brazo, y sin dejar de mirarle se dejó caer de rodillas al suelo, como si fuera un muñeco de trapo. Acto seguido se desplomó hacia adelante, muerto.
Álex vio la razón, de la espalda del hombre asomaba la empuñadura de un cuchillo. Levantó la vista y se encontró con la de la mujer que había salvado hace unos momentos. Ella se había acercado, había rebuscado en los cadáveres hasta que encontró lo que buscaba y le salvó la vida.
-Gracias...- Balbuceó Álex, aun tenso por el encuentro con el soldado.
-De nada, la deuda ya está saldada- sin más palabras que esas, se acercó al transporte y ayudó al resto de mujeres a bajar del transporte. Cuando todas estaban abajo, sin mediar palabra, se dirigieron a la puerta del burdel. Antes de que todas desaparecieran por el umbral de la puerta, Álex gritó: - ¿Cómo te llamas?.- la chica se hizo a un lado para que acabasen de entrar el resto. Miró a Álex, con una expresión entre desprecio y asco le dijo: - No necesitas saberlo, siempre que me necesites para satisfacerte, tan solo tienes que traer unas monedas- se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad del interior. La puerta se cerró de golpe.

Allí permaneció Álex, entre los cadáveres de los hombres que habían muerto a sus manos, con el miedo a morir aun latente en su pecho y su garganta. Allí permaneció, frente al burdel, contemplando la fachada, mirando las ventanas. Allí permaneció, pensando en lo que había pasado.
Tragó saliva, se acercó a la puerta, y llamó.

1 comentario:

MeryMorley dijo...

Muy bueno, lo has dejado muy interesante :O
¿Alex en un burdel? o_O
me muero por leer el siguiente ^^

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