lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo 2


CAPÍTULO DOS: CAMINO PROPIO

Las luces de un nuevo amanecer empezaron a inundar las calles de Piltruk. Un nuevo día daba comienzo, un día que no pintaba muy diferente de sus predecesores. La luz bañaba las fachadas de los pocos edificios que aun se mantenían en pie. Edificios sin vida, vacíos. En muchos de ellos aun se notaba la presencia de una historia, alguien los había habitado hasta hace poco. Muchos de ellos servían ahora de vivienda para ratas, cucarachas y todo tipo de fauna urbana: estaban completamente vacíos, pero la rigidez de las estructuras se había visto mermada ante el constante desgaste que producían los proyectiles. Aun así, era más seguro que quedarse en la calle. No era raro encontrarse patrullas cuya única misión es la de ir recogiendo los pocos supervivientes que quedan en las calles con la promesa de un albergue con comida y un colchón sobre el que descansar.
Nunca más se vuelve a saber de ellos.

La sol acabó por salir definitivamente, llegando a iluminar todos los lugares característicos de la ciudad: el Palacio del Lord, la biblioteca central, la estación de trenes,... y el puerto.
Álex abrió los ojos al darle la luz directamente en ellos. Era la hora de levantarse.
Se incorporó como pudo, dolido por las heridas sufridas y por todo el calvario por el que había pasado. Hizo unos breves estiramientos, con la intención de desentumecer los músculos. Un largo bostezo puso fin al ritual matinal.
Se giró para echar un vistazo; todo estaba en su sitio, la hoguera, ahora apagada; los jirones de la gabardina, las esposas forzadas,... todo seguía en su sitio. Harald le saludó con su voz grave y fuerte.
-Buenos días-dijo con una amplia sonrisa.-¿Listo para un nuevo día?.
Álex le miró perplejo, no entendía como el hombre que le había salvado la vida; el hombre que sobrevivía día a día a la penuria, las patrullas, los bombardeos y debía buscar alimento; estaba tan alegre.
-¿Y esa alegría?- dijo Álex mientras se sentaba en el suelo.- No entiendo cómo se puede estar alegre en una situación como esta; ha desaparecido mi hogar, o está en ello; ayer me dieron una paliza, me tiraron a las aguas, me rescataste; en menos de 24 horas he pasado de ser un miembro de la organización que tiene ahora mismo el poder, a ser considerado un traidor para toda la nación. No entiendo como puedes tener esa sonrisa- Álex estaba a punto de echarse a llorar, hasta entonces no se había parado a pensar acerca de su situación, y ahora que la soltaba de golpe, se dio cuenta de que las cosas eran de todo menos esperanzadoras.
-Alexánder, tu más que nadie deberías estar contento. Se te ha dado la oportunidad de empezar de nuevo, de cambiar de vida. Fuiste tu mismo el que decidió convertirse en traidor, ¿no es así?.- el hombre se rascó la cabeza, pasándose la mano por su pelo ya canoso.
-¿Contento?, soy un fugitivo, soy un blanco constante, soy un traidor. Cualquier soldado, sea del rango que sea, no dudará en dispararme. Lo he perdido todo.- Álex no pudo evitar esta vez que le cayeran lágrimas por las mejillas.
-Cálmate muchacho, no lo has perdido todo, aun estás vivo. Eso hoy en día es muy valioso, no lo dudes; así que deja de llorar, sécate las lágrimas. No tienen sentido.-
El hombre se levantó y se dirigió hasta su saco, sacó un par de latas de comida y se las ofreció a Álex alzó la vista y por un momento estuvo a punto de rechazar la oferta; una parte de su ser no quería más que echarse a llorar en el suelo y quejarse, pero no lo hizo. Se levantó. Miró a Harald a los ojos y le dio las gracias.
-Ahora muchacho, vienen las malas noticias- dijo entristeciendo el rostro.- Es hora de que se separen nuestros caminos.- Recogió el saco del suelo y se lo puso al hombro.- Me gustaría poder ayudarte en algo más, créeme, pero no puedo ofrecerte más que la comida. Es tarea tuya encontrar un arma, refugio y puede que no te viniese mal una muda de ropa, la que llevas está destrozada.-
Cierto, los pantalones del uniforme estaban desgastados y podridos por el agua del puerto, al igual que la camisa; la cual poseía un tono indefinido entre el marrón y el verde debido al alto nivel de contaminación. Además, apestaba.
-Gracias por todo Harald, te debo la vida.- Álex le miró a los ojos.-Gracias de verdad.-
-No hace falta que me las des, al fin y al cabo no he hecho más que darte un empujón hacia una nueva vida en la que te esperan desafíos que hasta ahora nunca has tenido que afrontar.- ambos sabían que todas y cada una de las palabras eran sinceras.
-Aun así, gracias.- se dieron la mano. Ese era el momento de la despedida. Cada uno de ellos tomó rumbos diferentes, Álex hacia el interior de la ciudad y Harald continuó por el puerto; pero a los pocos pasos el hombre se giró.
-Álex- dijo.- Mantente vivo; lo cierto es que en el poco tiempo que he compartido contigo, no me cabe duda de que eres valiente y fuerte, a la par que honesto. Pero tampoco te crezcas, la vanidad es un arma mortal para uno mismo. Puede que no volvamos a vernos jamás, pero aun así, adiós, amigo mío.- a estas palabras Álex no pudo más que sonreír y decirle.- Igualmente, amigo mío.- dijo agitando el brazo a modo de despedida; tras estas últimas palabras, continuaron cada uno por su camino.

El camino que siguió Álex estaba plagado de zonas de comercio abandonadas; lugares donde antes de que estallase el conflicto, las capturas de los barcos pescadores de Piltruk descargaban la mercancía con la intención de venderla a un buen precio. Eran establecimientos frecuentados por mucha gente. Movían una importante suma de dinero dentro de la economía local, y el gobierno no era ajeno a este hecho. Cuando empezaron a adquirir poder no era raro verles aparecer por allí, cada vez de una manera más frecuente. Mientras iba caminando, miraba de lado a lado viendo el reflejo de la violencia usada por el gobierno para pedir prestada una financiación más directa que los impuestos. Paredes llenas de agujeros, carteles destrozados, escaparates rotos, se veían locales quemados; en resumen, una muestra de la variada capacidad de destrucción y extorsión de las fuerzas armadas.
Se acercó a uno de los escaparates y cogió un trozo de cristal de un palmo y medio, bastante grueso. Mientras comprobaba que era resistente, no pudo evitar echar una ojeada. Entró dentro,tirando al suelo el objeto que había recogido, con la esperanza de encontrar algo que le pudiese ser útil. Apenas puso un pie dentro, vio que aquello era una causa perdida. Las estanterías que no estaban destrozadas, estaban completamente vacías, lo único que había en ellas era una gruesa capa de polvo. Allí no había quedado nada; ni siquiera los tubos fluorescentes del techo, el suelo estaba lleno de cristales. Una fugaz idea izo aparición en su mente. Era una pescatería; lo que equivalía a mercancías pesadas, que tenían que transportarse en cajas y probablemente de madera. Una sensación de estúpida felicidad le invadió y salió corriendo hacia el almacén. No se había equivocado. Allí había cajas de madera, y no sólo eso; tuvo la suerte de encontrarse aparejos de pesca.
-Vaya, la suerte esta vez está de mi lado- no se dio cuenta de que esto lo dijo en voz alta.- Con uno de esos trozos de madera, con las cuerdas de pesca, y un trozo de cristal se puede improvisar un arma.- Se puso inmediatamente manos a la obra. Mientras rebuscaba en el almacén un trozo de madera que le pareciese adecuado, un ruido a su espalda le hizo quedarse paralizado. Por su mente empezaron a recorrer miles de pensamientos, incluyendo el de que si se daba la vuelta, sólo encontraría a un soldado apuntándole con su arma. Cerró los ojos y esperó. Uno, dos, tres... cerró los ojos más fuerte y apretó los dientes, estaba preparado para el disparo. No pasó nada.


Se dio la vuelta y poco a poco fue abriendo los ojos, pero no había nadie. Un suspiró de alivio salió de sus pulmones y agachó la cabeza. Y obtuvo la explicación del ruido.
Una pequeña rata le miraba atentamente, con la cabeza ladeada en gesto curioso. Apenas estuvo unos segundos en esa posición, salió corriendo. Álex la siguió con la mirada y vio que se metía por la rendija que había en una puerta, de la cual Álex no se había percatado.
Preguntándose por qué la rata había decidido tomar aquella dirección, se acercó a la puerta, agarró del pomo, y tiró de él. Cuando vio lo que la puerta ocultaba, deseó no haberla abierto.
Dentro de aquella habitación sólo había cadáveres, y no precisamente animales. A simple vista se podían distinguir varios cuerpos hinchados por la putrefacción. Por el suelo había repartidas diversas cabezas, deformadas por el paso del tiempo y los dientes de las ratas. Incontables extremidades completaban todo aquel mosaico macabro. A Álex le dieron arcadas, y no tardó ni un segundo en cerrar la puerta de golpe; se apoyó en ella, se sentía mareado. La cabeza no dejaba de darle vueltas después de la dantesca escena que había presenciado. Se sentía febril y enfermo, y su cuerpo no tardó en reaccionar. Vomitó allí mismo. Le vino tan fuerte que tuvo que arrodillarse, sin dejar de apoyarse en la puerta, de alguna manera su subconsciente hacía fuerza empujándola, quería cerrarla para siempre, por nada del mundo quería volver a ver esa escena. Pero en el fondo sabía que acabaría por repetirse, si aquello ya lo habían hecho allí, no había razón para creer que no lo volverían a repetir. Este pensamiento le hizo vomitar de nuevo.

Hacía unos diez minutos que Álex se encontraba a la entrada de la pescatería, recuperándose de lo que había visto en el almacén. La cabeza ya no le daba tantas vueltas y ahora; con su nueva arma, no más que un trozo de cristal puntiagudo atado a un trozo pequeño de madera, se sentía un poco mejor; al menos ahora ya no estaba tan indefenso.
Prosiguió su marcha, aunque ciertamente no sabía muy bien cual iba a ser su destino; simplemente había seguido el camino contrario al que había seguido Harald.
Decidió seguir hacia delante, le daba igual. El objetivo era hallar todos aquellos útiles que necesitaba: comida, ropa y un refugio.
Prosiguió. No dejaban de sucederse los establecimientos comerciales, cuando no eran de pescado, eran de frutas, de carnes, incluso de ropa; a todos ellos echaba un vistazo por encima, apenas un rápido vistazo para ver si había algo útil en alguno de ellos. No hubo suerte.
Pasaron un par de horas hasta que se dio cuenta de que los edificios destinados al comercio ya no eran tan frecuentes. Cada vez estaban más separados, hasta que finalmente parecieron desaparecer. En su lugar, empezaron las viviendas. Álex supo en ese momento que había entrado en la villa de Piltruk propiamente dicha. La gigantesca urbe que albergaba una ingente cantidad de gente, o por lo menos así era hasta hace unos años.
Toda la ciudad se había construido como un reflejo de la voluntad de la sociedad. La ciudad estaba dividida por sectores: el del comercio, la industria, los servicios sanitarios,... cada necesidad tenía su sección dentro de la ciudad. Lo que hacía característica a Piltruk eran sus famosos soportales, los cuales estaban en todos aquellos edificios destinados a las viviendas. Todos y cada uno de ellos había sido adornado con esculturas y grabados de los mejores artistas. Eran de una belleza sobrecogedora, se podía decir sin temor al error que eran el atractivo principal de la cuidad, junto con los edificios y las esculturas más emblemáticos. Pocos eran los que se resistían a detenerse a perder unos minutos cada día contemplándolos. Ahora no eran más que un espacio hueco. Todas las filigranas y grabados habían sido erosionados por el constante impacto de la metralla. Las esculturas no eran más que muñones de piedra. Cualquier amante del arte se habría echado a llorar en ese momento. Por suerte o por desgracia, Alexánder era un ex soldado, no tenía tiempo de pararse a preocuparse por trozos inertes de piedra. Debía centrarse exclusivamente en sobrevivir.
Procuraba ir por las zonas más oscuras, a un ritmo seguro, pero haciendo el menor ruido posible; aquella zona podía dar cobijo a soldados, gente peligrosa, animales,..., en realidad le daba igual, alertar a cualquier ser que se encontrase oculto significaba un posible billete de ida al otro mundo.
Tras este pensamiento, siguió avanzando, pero decidió ir un poco más agachado.

Durante toda la marcha, el único sonido que flotaba en el aire, era el ruido de lejanos combates. Se podía distinguir el leve repiqueteo de las armas de mano, y a cada poco una explosión, sin duda provocada por los grandes cañones situados estratégicamente.
Álex se permitió el lujo de sonreír, por lo menos, aquellos sonidos eran distantes. Aun así, se detuvo. No quería pecar de arrogante. En cualquier momento la batalla podría desplazarse hasta ese mismo punto, y tan sólo en cuestión de segundos.
Se tranquilizó. Tenía que confiar en si mismo, pero sin pecar de exceso. Continuó la marcha; tan peligroso era quedarse quieto, como moverse sin precaución.
Las calles de Piltruk habían perdido su encanto. Ya no era más que el cadáver putrefacto del organismo vivo que había sido hasta hace unos años.
Algo no encajaba. A pesar de que la gente se había visto obligada a abandonar la ciudad, otros tantos habían muerto y muchos seguían luchando contra el ejército, ese lugar parecía sospechosamente tranquilo. No se oía nada. El ambiente estaba completamente vacío. Álex se puso tenso. No pintaba nada bien.
A pesar de que se le volvieron a venir imágenes de gente saliendo a su encuentro, feroces bestias que querían devorarle, o simplemente soldados que querían practicar puntería; siguió, cada vez más rápido. En unos pocos momentos estaba corriendo por los soportales de Piltruk siguiendo el ritmo de su agitado corazón, hasta que se dio cuenta de que ya no sólo oía su entrecortada respiración.
Sonaba mecánico, y sonaba cerca. Cada vez más cerca. Álex se detuvo al llegar a la esquina.
Lo que producía semejante ruido era el motor de un pequeño camión de transporte de pasajeros. Junto a él, una patrulla entraba en lo que parecía un edificio bastante bien conservado pese a lo avanzado del conflicto. Se planteó pasar de largo, pero desechó la idea al ver que en la cabina aun seguía habiendo otro soldado. Se encogió detrás de una de las columnas. Había pasado desapercibido. Notó que en el lugar donde se encontraba no proporcionaba un buen escondite, y menos una buena cobertura en caso de que le descubrieran. Decidió arrastrarse hacia la siguiente y de ahí a la siguiente, hasta que se colocó detrás de la que daba directamente a la cabina. Y aguardó a que saliesen los hombres del edificio. Aguardó, en la sombra...



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