CAPÍTULO DOS: CAMINO
PROPIO
Las luces de un nuevo
amanecer empezaron a inundar las calles de Piltruk. Un nuevo día
daba comienzo, un día que no pintaba muy diferente de sus
predecesores. La luz bañaba las fachadas de los pocos edificios que
aun se mantenían en pie. Edificios sin vida, vacíos. En muchos de
ellos aun se notaba la presencia de una historia, alguien los había
habitado hasta hace poco. Muchos de ellos servían ahora de vivienda
para ratas, cucarachas y todo tipo de fauna urbana: estaban
completamente vacíos, pero la rigidez de las estructuras se había
visto mermada ante el constante desgaste que producían los
proyectiles. Aun así, era más seguro que quedarse en la calle. No
era raro encontrarse patrullas cuya única misión es la de ir
recogiendo los pocos supervivientes que quedan en las calles con la
promesa de un albergue con comida y un colchón sobre el que
descansar.
Nunca más se vuelve a
saber de ellos.
La sol acabó por salir
definitivamente, llegando a iluminar todos los lugares
característicos de la ciudad: el Palacio del Lord, la biblioteca
central, la estación de trenes,... y el puerto.
Álex abrió los ojos al
darle la luz directamente en ellos. Era la hora de levantarse.
Se incorporó como pudo,
dolido por las heridas sufridas y por todo el calvario por el que
había pasado. Hizo unos breves estiramientos, con la intención de
desentumecer los músculos. Un largo bostezo puso fin al ritual
matinal.
Se giró para echar un
vistazo; todo estaba en su sitio, la hoguera, ahora apagada; los
jirones de la gabardina, las esposas forzadas,... todo seguía en su
sitio. Harald le saludó con su voz grave y fuerte.
-Buenos días-dijo con
una amplia sonrisa.-¿Listo para un nuevo día?.
Álex le miró perplejo,
no entendía como el hombre que le había salvado la vida; el hombre
que sobrevivía día a día a la penuria, las patrullas, los
bombardeos y debía buscar alimento; estaba tan alegre.
-¿Y esa alegría?- dijo
Álex mientras se sentaba en el suelo.- No entiendo cómo se puede
estar alegre en una situación como esta; ha desaparecido mi hogar, o
está en ello; ayer me dieron una paliza, me tiraron a las aguas, me
rescataste; en menos de 24 horas he pasado de ser un miembro de la
organización que tiene ahora mismo el poder, a ser considerado un
traidor para toda la nación. No entiendo como puedes tener esa
sonrisa- Álex estaba a punto de echarse a llorar, hasta entonces no
se había parado a pensar acerca de su situación, y ahora que la
soltaba de golpe, se dio cuenta de que las cosas eran de todo menos
esperanzadoras.
-Alexánder, tu más que
nadie deberías estar contento. Se te ha dado la oportunidad de
empezar de nuevo, de cambiar de vida. Fuiste tu mismo el que decidió
convertirse en traidor, ¿no es así?.- el hombre se rascó la
cabeza, pasándose la mano por su pelo ya canoso.
-¿Contento?, soy un
fugitivo, soy un blanco constante, soy un traidor. Cualquier soldado,
sea del rango que sea, no dudará en dispararme. Lo he perdido todo.-
Álex no pudo evitar esta vez que le cayeran lágrimas por las
mejillas.
-Cálmate muchacho, no lo
has perdido todo, aun estás vivo. Eso hoy en día es muy valioso, no
lo dudes; así que deja de llorar, sécate las lágrimas. No tienen
sentido.-
El hombre se levantó y
se dirigió hasta su saco, sacó un par de latas de comida y se las
ofreció a Álex alzó la vista y por un momento estuvo a punto de
rechazar la oferta; una parte de su ser no quería más que echarse a
llorar en el suelo y quejarse, pero no lo hizo. Se levantó. Miró a
Harald a los ojos y le dio las gracias.
-Ahora muchacho, vienen
las malas noticias- dijo entristeciendo el rostro.- Es hora de que se
separen nuestros caminos.- Recogió el saco del suelo y se lo puso al
hombro.- Me gustaría poder ayudarte en algo más, créeme, pero no
puedo ofrecerte más que la comida. Es tarea tuya encontrar un arma,
refugio y puede que no te viniese mal una muda de ropa, la que llevas
está destrozada.-
Cierto, los pantalones
del uniforme estaban desgastados y podridos por el agua del puerto,
al igual que la camisa; la cual poseía un tono indefinido entre el
marrón y el verde debido al alto nivel de contaminación. Además,
apestaba.
-Gracias por todo Harald,
te debo la vida.- Álex le miró a los ojos.-Gracias de verdad.-
-No hace falta que me las
des, al fin y al cabo no he hecho más que darte un empujón hacia
una nueva vida en la que te esperan desafíos que hasta ahora nunca
has tenido que afrontar.- ambos sabían que todas y cada una de las
palabras eran sinceras.
-Aun así, gracias.- se
dieron la mano. Ese era el momento de la despedida. Cada uno de ellos
tomó rumbos diferentes, Álex hacia el interior de la ciudad y
Harald continuó por el puerto; pero a los pocos pasos el hombre se
giró.
-Álex- dijo.- Mantente
vivo; lo cierto es que en el poco tiempo que he compartido contigo,
no me cabe duda de que eres valiente y fuerte, a la par que honesto.
Pero tampoco te crezcas, la vanidad es un arma mortal para uno mismo.
Puede que no volvamos a vernos jamás, pero aun así, adiós, amigo
mío.- a estas palabras Álex no pudo más que sonreír y decirle.-
Igualmente, amigo mío.- dijo agitando el brazo a modo de despedida;
tras estas últimas palabras, continuaron cada uno por su camino.
El camino que siguió
Álex estaba plagado de zonas de comercio abandonadas; lugares donde
antes de que estallase el conflicto, las capturas de los barcos
pescadores de Piltruk descargaban la mercancía con la intención de
venderla a un buen precio. Eran establecimientos frecuentados por
mucha gente. Movían una importante suma de dinero dentro de la
economía local, y el gobierno no era ajeno a este hecho. Cuando
empezaron a adquirir poder no era raro verles aparecer por allí,
cada vez de una manera más frecuente. Mientras iba caminando, miraba
de lado a lado viendo el reflejo de la violencia usada por el
gobierno para pedir prestada una financiación más directa que los
impuestos. Paredes llenas de agujeros, carteles destrozados,
escaparates rotos, se veían locales quemados; en resumen, una
muestra de la variada capacidad de destrucción y extorsión de las
fuerzas armadas.
Se acercó a uno de los
escaparates y cogió un trozo de cristal de un palmo y medio,
bastante grueso. Mientras comprobaba que era resistente, no pudo
evitar echar una ojeada. Entró dentro,tirando al suelo el objeto que
había recogido, con la esperanza de encontrar algo que le pudiese
ser útil. Apenas puso un pie dentro, vio que aquello era una causa
perdida. Las estanterías que no estaban destrozadas, estaban
completamente vacías, lo único que había en ellas era una gruesa
capa de polvo. Allí no había quedado nada; ni siquiera los tubos
fluorescentes del techo, el suelo estaba lleno de cristales. Una
fugaz idea izo aparición en su mente. Era una pescatería; lo que
equivalía a mercancías pesadas, que tenían que transportarse en
cajas y probablemente de madera. Una sensación de estúpida
felicidad le invadió y salió corriendo hacia el almacén. No se
había equivocado. Allí había cajas de madera, y no sólo eso; tuvo
la suerte de encontrarse aparejos de pesca.
-Vaya, la suerte esta vez
está de mi lado- no se dio cuenta de que esto lo dijo en voz alta.-
Con uno de esos trozos de madera, con las cuerdas de pesca, y un
trozo de cristal se puede improvisar un arma.- Se puso inmediatamente
manos a la obra. Mientras rebuscaba en el almacén un trozo de madera
que le pareciese adecuado, un ruido a su espalda le hizo quedarse
paralizado. Por su mente empezaron a recorrer miles de pensamientos,
incluyendo el de que si se daba la vuelta, sólo encontraría a un
soldado apuntándole con su arma. Cerró los ojos y esperó. Uno,
dos, tres... cerró los ojos más fuerte y apretó los dientes,
estaba preparado para el disparo. No pasó nada.
Se dio la vuelta y poco a
poco fue abriendo los ojos, pero no había nadie. Un suspiró de
alivio salió de sus pulmones y agachó la cabeza. Y obtuvo la
explicación del ruido.
Una pequeña rata le
miraba atentamente, con la cabeza ladeada en gesto curioso. Apenas
estuvo unos segundos en esa posición, salió corriendo. Álex la
siguió con la mirada y vio que se metía por la rendija que había
en una puerta, de la cual Álex no se había percatado.
Preguntándose por qué
la rata había decidido tomar aquella dirección, se acercó a la
puerta, agarró del pomo, y tiró de él. Cuando vio lo que la puerta
ocultaba, deseó no haberla abierto.
Dentro de aquella
habitación sólo había cadáveres, y no precisamente animales. A
simple vista se podían distinguir varios cuerpos hinchados por la
putrefacción. Por el suelo había repartidas diversas cabezas,
deformadas por el paso del tiempo y los dientes de las ratas.
Incontables extremidades completaban todo aquel mosaico macabro. A
Álex le dieron arcadas, y no tardó ni un segundo en cerrar la
puerta de golpe; se apoyó en ella, se sentía mareado. La cabeza no
dejaba de darle vueltas después de la dantesca escena que había
presenciado. Se sentía febril y enfermo, y su cuerpo no tardó en
reaccionar. Vomitó allí mismo. Le vino tan fuerte que tuvo que
arrodillarse, sin dejar de apoyarse en la puerta, de alguna manera su
subconsciente hacía fuerza empujándola, quería cerrarla para
siempre, por nada del mundo quería volver a ver esa escena. Pero en
el fondo sabía que acabaría por repetirse, si aquello ya lo habían
hecho allí, no había razón para creer que no lo volverían a
repetir. Este pensamiento le hizo vomitar de nuevo.
Hacía unos diez minutos
que Álex se encontraba a la entrada de la pescatería, recuperándose
de lo que había visto en el almacén. La cabeza ya no le daba tantas
vueltas y ahora; con su nueva arma, no más que un trozo de cristal
puntiagudo atado a un trozo pequeño de madera, se sentía un poco
mejor; al menos ahora ya no estaba tan indefenso.
Prosiguió su marcha,
aunque ciertamente no sabía muy bien cual iba a ser su destino;
simplemente había seguido el camino contrario al que había seguido
Harald.
Decidió seguir hacia
delante, le daba igual. El objetivo era hallar todos aquellos útiles
que necesitaba: comida, ropa y un refugio.
Prosiguió. No dejaban de
sucederse los establecimientos comerciales, cuando no eran de
pescado, eran de frutas, de carnes, incluso de ropa; a todos ellos
echaba un vistazo por encima, apenas un rápido vistazo para ver si
había algo útil en alguno de ellos. No hubo suerte.
Pasaron un par de horas
hasta que se dio cuenta de que los edificios destinados al comercio
ya no eran tan frecuentes. Cada vez estaban más separados, hasta que
finalmente parecieron desaparecer. En su lugar, empezaron las
viviendas. Álex supo en ese momento que había entrado en la villa
de Piltruk propiamente dicha. La gigantesca urbe que albergaba una
ingente cantidad de gente, o por lo menos así era hasta hace unos
años.
Toda la ciudad se había
construido como un reflejo de la voluntad de la sociedad. La ciudad
estaba dividida por sectores: el del comercio, la industria, los
servicios sanitarios,... cada necesidad tenía su sección dentro de
la ciudad. Lo que hacía característica a Piltruk eran sus famosos
soportales, los cuales estaban en todos aquellos edificios destinados
a las viviendas. Todos y cada uno de ellos había sido adornado con
esculturas y grabados de los mejores artistas. Eran de una belleza
sobrecogedora, se podía decir sin temor al error que eran el
atractivo principal de la cuidad, junto con los edificios y las
esculturas más emblemáticos. Pocos eran los que se resistían a
detenerse a perder unos minutos cada día contemplándolos. Ahora no
eran más que un espacio hueco. Todas las filigranas y grabados
habían sido erosionados por el constante impacto de la metralla. Las
esculturas no eran más que muñones de piedra. Cualquier amante del
arte se habría echado a llorar en ese momento. Por suerte o por
desgracia, Alexánder era un ex soldado, no tenía tiempo de pararse
a preocuparse por trozos inertes de piedra. Debía centrarse
exclusivamente en sobrevivir.
Procuraba ir por las
zonas más oscuras, a un ritmo seguro, pero haciendo el menor ruido
posible; aquella zona podía dar cobijo a soldados, gente peligrosa,
animales,..., en realidad le daba igual, alertar a cualquier ser que
se encontrase oculto significaba un posible billete de ida al otro
mundo.
Tras este pensamiento,
siguió avanzando, pero decidió ir un poco más agachado.
Durante toda la marcha,
el único sonido que flotaba en el aire, era el ruido de lejanos
combates. Se podía distinguir el leve repiqueteo de las armas de
mano, y a cada poco una explosión, sin duda provocada por los
grandes cañones situados estratégicamente.
Álex se permitió el
lujo de sonreír, por lo menos, aquellos sonidos eran distantes. Aun
así, se detuvo. No quería pecar de arrogante. En cualquier momento
la batalla podría desplazarse hasta ese mismo punto, y tan sólo en
cuestión de segundos.
Se tranquilizó. Tenía
que confiar en si mismo, pero sin pecar de exceso. Continuó la
marcha; tan peligroso era quedarse quieto, como moverse sin
precaución.
Las calles de Piltruk
habían perdido su encanto. Ya no era más que el cadáver putrefacto
del organismo vivo que había sido hasta hace unos años.
Algo no encajaba. A pesar
de que la gente se había visto obligada a abandonar la ciudad, otros
tantos habían muerto y muchos seguían luchando contra el ejército,
ese lugar parecía sospechosamente tranquilo. No se oía nada. El
ambiente estaba completamente vacío. Álex se puso tenso. No pintaba
nada bien.
A pesar de que se le
volvieron a venir imágenes de gente saliendo a su encuentro, feroces
bestias que querían devorarle, o simplemente soldados que querían
practicar puntería; siguió, cada vez más rápido. En unos pocos
momentos estaba corriendo por los soportales de Piltruk siguiendo el
ritmo de su agitado corazón, hasta que se dio cuenta de que ya no
sólo oía su entrecortada respiración.
Sonaba mecánico, y
sonaba cerca. Cada vez más cerca. Álex se detuvo al llegar a la
esquina.
Lo que producía
semejante ruido era el motor de un pequeño camión de transporte de
pasajeros. Junto a él, una patrulla entraba en lo que parecía un
edificio bastante bien conservado pese a lo avanzado del conflicto.
Se planteó pasar de largo, pero desechó la idea al ver que en la
cabina aun seguía habiendo otro soldado. Se encogió detrás de una
de las columnas. Había pasado desapercibido. Notó que en el lugar
donde se encontraba no proporcionaba un buen escondite, y menos una
buena cobertura en caso de que le descubrieran. Decidió arrastrarse
hacia la siguiente y de ahí a la siguiente, hasta que se colocó
detrás de la que daba directamente a la cabina. Y aguardó a que
saliesen los hombres del edificio. Aguardó, en la sombra...
No hay comentarios:
Publicar un comentario