CAPÍTULO CUATRO: EL
EXTRANJERO
Dio tres sonoros golpes, y aguardó la
respuesta desde el interior. Tras apenas unos segundos, la puerta se
abrió. Una de las mujeres a las que había salvado de sus captores
se encontraba al otro lado y dedicándole una mirada de inseguridad y
sospecha, le permitió pasar.
Aquella puerta daba al bar del burdel.
Todos los objetos estaban tal como Álex las recordaba, la gramola
continuaba estando al fondo, pegada en la pared, la puerta que
llevaba a las habitaciones estaba a su lado; las pocas mesas de
roble, que hacían juego con las sillas, se encontraban desperdigadas
por el local, que tenía el espacio suficiente para albergar
cómodamente unas cuarenta personas, las lámparas seguían tan
sucias como la última vez que Álex pisó aquel local. El ambiente
era el mismo que aquella vez, salvo por un leve matiz. Nada más
poner un pie dentro, todas las personas allí reunidas enmudecieron.
No había más que miradas acusadoras, miradas temerosas,
desafiantes. Pero ninguna palabra. Incluso el camarero no paraba de
mirarle mientras con un trapo acababa de secar las jarras recién
limpias. Álex le devolvió la mirada. El pobre hombre detrás de la
barra poseía unos ojos pequeños, hundidos en un rostro redondeado,
con apenas pelo en la cabeza salvo por un imponente bigote de color
negro. El cuerpo del hombre hacía juego con la cara. Su camisa
mugrienta no dejaba duda de que el hombre era de buen comer, ya no
sólo por las manchas de lo que parecía grasa, si no por lo justa
que le quedaba.
Álex, manteniendo la mirada fija en
él, se acercó a la barra y colocándose en un hueco que había
libre, apoyó el brazo derecho. Levantó la mano, y dijo: - Una jarra
de cerveza – dejó de mirar fijamente al camarero y pasó la mirada
por todos los presentes. Estaba claro que era el centro de atención.
-¿Tienes dinero? - preguntó el
camarero sin moverse un centímetro de su posición.- Porque aquí
nadie bebe gratis- dijo soltando una sonora carcajada. El resto del
bar se unió.
-¿Te vale el plomo?- Álex echo mano
del revólver y lo puso encima de la barra, sin dejar de mirar al
camarero. La risa cesó y volvió a aparecer la tensión que hasta
hacía un momento parecía que se había desvanecido.
Todo el mundo estaba atento a la
situación. Nadie decía nada, nadie se movía; pero todo el mundo
estaba listo para desenfundar si fuese necesario. Las frentes de los
hombres estaban perladas por el sudor de los nervios. Álex en ese
momento se sentía vacío de todo sentimiento, de toda emoción. Un
único pensamiento ocupaba su mente. Quería beber, y aquel hombre se
lo había negado e iba a pagar por ello. Recapacitando poco a poco,
se dio cuenta de que esos pensamientos eran extraños en él. Nunca
había actuado sin considerar todas las posibilidades. Y aquella vez
lo hizo.
No había vuelta atrás, ahora no podía
echarse atrás. Miraba a un lado y a otro con un aire de desafío, -
ya que lo he hecho, sigamos- pensó. Todo el mundo le devolvía la
mirada. A pesar de los nervios, nadie mostraba miedo. Todo el mundo
allí estaba mucho más curtido por el paso de los años y los
combates que Álex. Él sólo había tenido un par de días para
sumergirse en la realidad que le rodeaba.
Cuando ya parecía que no había otra
salida más que el tiroteo, una voz llenó la sala.
-¿No has tenido ya suficientes
disparos por hoy soldadito?- preguntó la voz.
Álex buscó con la mirada de dónde
provenía la pregunta.
Al fondo del bar, apoyada en la
gramola, se encontraba la chica que hacía apenas unos minutos, le
había salvado la vida. La chica se incorporó y se fue acercando a
él, cruzando por el hueco que los clientes iban abriendo a su paso.
Algunos la desnudaban con los ojos, pero la gran mayoría la miraba
con respeto.- ¿Quién es esa chica?-se preguntó Álex- ¿y por qué
le abren paso?.
Cuando se puso a su altura, la chica le
miró a los ojos, bajó por su cuello, su camisa, sus pantalones, y
volvió a subir la mirada.
-Pensé que a los soldados del Lord les
daban una buena paga- dijo cogiendo el revólver de la barra con
ambas manos e inspeccionándolo.-Nada mal, aunque tienes que tener
cuidado, éstos se suelen encasquillar- se lo devolvió.
-¿Cómo una chica como tu puede saber
tanto de un arma?- Álex lo cogió y se lo guardó.
La chica le dedicó una leve sonrisa.-
Veo que no se te escapa ningún detalle. Digamos que es cultura
familiar.-
-Una familia un tanto rara en mi
opinión si enseñan de armas a una jovencita..-
-Corren tiempos complicados, ¿no
crees?.- No dejaban de mirarse a los ojos. Ambos tenían pequeñas
sonrisas esbozadas en la cara, pero se notaba que el ambiente
continuaba tenso.
-Y que lo digas, acabo de llegar al
centro y ya me he tenido que hacer cargo de una patrulla de
soldados.-
-Si, pero no has acabado el trabajo.-
Estaba claro que se estaba burlando de él. Álex se refunfuño como
un crío.- Vamos, no te enfades, lo cierto es que en mucho tiempo
nadie había hecho un trabajo así, al menos nadie por su cuenta.-
Álex quiso preguntar, pero la chica se
giró dirección a la barra y puso un par de monedas enfrente del
camarero.- Sirve una buena jarra de cerveza, que nuestro héroe del
día no pase sed.- y se rió. El bar la acompañó. Se volvió de
nuevo hacia su salvador. - Veo que guardas muchas preguntas, pero no
seas impaciente, acabarás encontrando las respuestas.- Empezó a
caminar hacia la puerta junto a la gramola.- Por cierto- dijo sin
volverse.- Si quieres empezar por algunas, y conocerme algo
más...”personalmente”, mi habitación es la 238, allí podrás
encontrarme-. Pasó el umbral de la puerta y se esfumó por las
escaleras.
Todo el mundo se había quedado de
piedra, incluido Álex. Volvió a ser el centro de atención, pero
ahora en la cara de todo el mundo no había nerviosismo, sino una ira
de la cual él era el objetivo.
Álex se asustó y sabiendo lo que
podía suceder, fue a echar mano de su arma para defenderse. No fue
tan rápido como algunos. Antes de poder sacarla ya tenía gente
apuntándole.- Otra vez, y en menos de dos horas. Hoy es mi día-
tuvo la inteligencia de no decir una palabra y guardárselas para si
mismo.
-Si vais a darle una lección, por lo
menos que sea limpiamente.-Dijo el camarero desde suposición-
No le disparéis, no vale la pena
malgastar una bala. Se ha ganado una paliza, ¿No creéis?.
-Lo cierto es que si, desde que entró
con esa camisa y esos pantalones, tenía ganas de darle más de un
puñetazo.-comentó uno de los clientes.
Álex se rió, como nunca antes lo
había hecho. Todo el mundo se quedó extrañado. Cuando la risa
cesó, cogió la jarra de cerveza que le había servido el camarero
antes de la condena a linchamiento que propuso y dio un trago. Dejó
la jarra en la barra. Suspiró.
-Intentalo- dijo desafiando no sólo al
que le había dirigido esa frase, sino a todo el bar.
La reacción no se hizo esperar.
Uno de los allí presentes le lanzó un
puñetazo, pero, perjudicado por el alcohol, falló y golpeó al
hombre que había justo detrás; el cual no se lo tomó demasiado
bien. La respuesta fue una patada, la cual hizo que el hombre que le
había golpeado cayese al suelo. Sus amigos no tardaron en saltar de
sus asientos e ir directos a por el hombre.
En apenas unos segundos, había dejado
de ser Álex contra el bar incluso antes de haber empezado. Ahora
era todo el mundo contra todo el mundo y él en el centro de la
vorágine.
Si bien es cierto que ahora no era más
que el objetivo secundario, seguía siendo un objetivo al fin y al
cabo, y no pocos se lo hicieron saber. Álex contaba con la ventaja
de estar sobrio y haber recibido un entrenamiento en combate, y
demostró dicha ventaja dejando por los suelos a los primeros que
intentaron propinarle los primeros golpes. Pero sabía que a la larga
saldría mal parado. A pesar de sus puntos fuertes, moverse entre
aquella muchedumbre ebria y enfurecida no era tarea sencilla, y a
cada borracho que dejaba fuera de combate, aparecían dos amigos para
sustituirle.
Álex empezó a notar el cansancio. Sus
golpes y respuestas ya no eran tan fluidos cómo antes y sus
adversarios cada vez llegaban más cerca. Hasta que sucedió lo
inevitable. Un rodillazo en el estómago hizo que le faltase la
respiración, y durante apenas un segundo se quedó indefenso, lo
justo para que el que se la había propinado le diese un puñetazo.
Esto no le gustó nada, y el hecho de
sangrar por el labio menos todavía. La rabia nubló su mente. Ahora
solo vivía y respiraba para hacer pagar por ello al que se lo había
hecho, y así lo hizo.
Se lanzó de frente y lo placó. Ambos
cayeron al suelo. Álex se puso encima y empezó a lanzar puñetazos
a la cara. Izquierda, derecha, izquierda, derecha...Su oponente no
podía hacer nada más que servir de saco de boxeo.
La sangre hacía ya varios golpes que
había empezado a brotar, pero no se detenía. Quería más, y más y
más. Quería notar como la vida se le escapaba al hombre. Acababa de
matar a cuatro personas, otra más en su contador no significaba más
que eso, un número.
Sintió una mano en el hombro, que le
hizo parar, levantó la vista de su rival, y antes de poder girarse
para ver quien era, la mano se cerró sobre su camisa y tiró de él
hacia atrás.
Al segundo siguiente, se encontraba
fuera del remolino que se había formado, sentado en el suelo.
Aun perplejo por la sorpresa, apoyó
las manos para levantarse, y comprobó que estaba pegajoso.
Miró, y vio que todo el suelo estaba
completamente empapado de sangre. Cobró la consciencia de si mismo,
y se dio cuenta de lo que había estado a punto de hacer. Se quedó
horrorizado de si mismo.
Se puso en pie. Se dio la vuelta para
ver quien lo había sacado de allí dentro.
Era un hombre mayor que él. Un gorro
de lana ocultaba su pelo, sus ojos eran de un tono marrón oscuro,
poseía un rostro proporcionado, una barba de unos días y unos
labios finos. Completaban su figura una gabardina marrón oscuro
abierta, un jersey gris y pantalones negros. Daba el aspecto de ser
un soldado, pero no de Piltruk. Tenía toda la pinta de haber sido
destinado desde otra ciudad.
-Gracias por sacarme.- Álex respiró
hondo para recuperarse.
-No tienes por qué dármelas, he hecho
lo que debía, rescatar a un chico estúpido de lo que sin duda iba a
ser su muerte.
No le hacía gracia que le recordasen
lo imprudente que había sido, se sentía como un crío.
-Aun así, gracias.
-He visto lo que has hecho ahí fuera
con la patrulla y la verdad, salvo lo de quedarte ensimismado con el
último, ha sido un buen trabajo. Tienes talento chico y yo se
apreciarlo.- A Álex le sorprendieron las palabras del hombre y
preguntó:- Antes de que continúes, dime ¿de dónde eres?.
-Como bien has notado, no soy de aquí,
pero no creo que importe de dónde sea. Lo que me sorprende es que
antes que mi nombre, me hayas preguntado por mi procedencia.-
-El nombre es algo que ahora mismo paso
por alto, la última persona que me lo dijo se esfumó tan pronto
como vino- Álex sintió un poco de nostalgia por su amigo de los
muelles.-
-Lo siento, es normal en una cuidad en
guerra, ¿no crees?. La gente viene y va, y sólo nos quedamos
nosotros. Lo cierto es que yo tampoco esperaba que me dieses el tuyo.
-Mi nombre es Alexánder, Alexánder
Blackhorne.
-A mi me puedes llamar Rizen, así es
como se me conoce por este lugar.
-Mucho gusto.- Álex extendió la mano,
a lo que el extranjero respondió de igual manera.
-Creo que ahora tu también vas a ser
conocido por aquí, no es muy frecuente que una chica como Mina
invite a su habitación a alguien, y menos a un recién llegado.
-Le he salvado la vida, eso cuenta para
algo, ¿no?.
-Aquí me temo que no, si eres un héroe
que va salvando a gente por toda la ciudad, no esperes que te lo
paguen después. Mina te salvó porque tuvo la oportunidad y quiso
hacerlo, créeme que hay pocos como ella. La próxima vez que te
encuentres en una situación como la de hace un rato, más te vale
apretar el gatillo, a no ser que quieras ver como uno de los solados
termina con tu vida.
-No volveré a fallar.- dijo Álex
convencido.
-Esa es la actitud, muchacho, y ahora
vete, que te está esperando en su habitación; mientras yo voy a
detener la pelea.
Rizen se dio la vuelta, sacó su arma,
apuntó al techo y apretó el gatillo. Al instante, todo el revuelo
había cesado. El miedo y la incertidumbre habían aparecido en el
rostro de los clientes.
-y ahora que estáis todos quietecitos,
poneos en pie los que podáis y atended a los heridos, ya se acabó
la fiesta por hoy.- El tono de Rizen no dejaba lugar a la vacilación.
Todo el mundo obedeció, y mientras el
camarero había sacado una fregona para limpiar el suelo, Álex se
dirigió a la puerta por la que había desaparecido la chica.
-Mina, 238- pensó para si mismo.-Mina,
238- volvió a repetir.
Cruzó el umbral de la puerta y subió
por las escaleras. A cada escalón se sentía más extraño. Una
pequeña sensación de satisfacción le invadió. Mina se había
dirigido a él, sólo a él. Y eso había dejado a todo el bar hecho
una furia.
Llegó a la habitación 238, puso la
mano en el pomo, lo giró y empujó.
2 comentarios:
Ya estamos con la tension estilo Perdidos, deberia estar prohibido terminar asi los capitulos xD para cuando el siguiente?!
Me gusta mucho. Cuidado con la habitación 238!!!
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