domingo, 24 de febrero de 2013

Primera ilustración


Gracias a Raúl Pérez Fullera por esta magnífica ilustración de Álex, del Capítulo 1: TRAIDOR.

viernes, 22 de febrero de 2013

Capítulo 4


CAPÍTULO CUATRO: EL EXTRANJERO

Dio tres sonoros golpes, y aguardó la respuesta desde el interior. Tras apenas unos segundos, la puerta se abrió. Una de las mujeres a las que había salvado de sus captores se encontraba al otro lado y dedicándole una mirada de inseguridad y sospecha, le permitió pasar.
Aquella puerta daba al bar del burdel. Todos los objetos estaban tal como Álex las recordaba, la gramola continuaba estando al fondo, pegada en la pared, la puerta que llevaba a las habitaciones estaba a su lado; las pocas mesas de roble, que hacían juego con las sillas, se encontraban desperdigadas por el local, que tenía el espacio suficiente para albergar cómodamente unas cuarenta personas, las lámparas seguían tan sucias como la última vez que Álex pisó aquel local. El ambiente era el mismo que aquella vez, salvo por un leve matiz. Nada más poner un pie dentro, todas las personas allí reunidas enmudecieron. No había más que miradas acusadoras, miradas temerosas, desafiantes. Pero ninguna palabra. Incluso el camarero no paraba de mirarle mientras con un trapo acababa de secar las jarras recién limpias. Álex le devolvió la mirada. El pobre hombre detrás de la barra poseía unos ojos pequeños, hundidos en un rostro redondeado, con apenas pelo en la cabeza salvo por un imponente bigote de color negro. El cuerpo del hombre hacía juego con la cara. Su camisa mugrienta no dejaba duda de que el hombre era de buen comer, ya no sólo por las manchas de lo que parecía grasa, si no por lo justa que le quedaba.
Álex, manteniendo la mirada fija en él, se acercó a la barra y colocándose en un hueco que había libre, apoyó el brazo derecho. Levantó la mano, y dijo: - Una jarra de cerveza – dejó de mirar fijamente al camarero y pasó la mirada por todos los presentes. Estaba claro que era el centro de atención.
-¿Tienes dinero? - preguntó el camarero sin moverse un centímetro de su posición.- Porque aquí nadie bebe gratis- dijo soltando una sonora carcajada. El resto del bar se unió.
-¿Te vale el plomo?- Álex echo mano del revólver y lo puso encima de la barra, sin dejar de mirar al camarero. La risa cesó y volvió a aparecer la tensión que hasta hacía un momento parecía que se había desvanecido.
Todo el mundo estaba atento a la situación. Nadie decía nada, nadie se movía; pero todo el mundo estaba listo para desenfundar si fuese necesario. Las frentes de los hombres estaban perladas por el sudor de los nervios. Álex en ese momento se sentía vacío de todo sentimiento, de toda emoción. Un único pensamiento ocupaba su mente. Quería beber, y aquel hombre se lo había negado e iba a pagar por ello. Recapacitando poco a poco, se dio cuenta de que esos pensamientos eran extraños en él. Nunca había actuado sin considerar todas las posibilidades. Y aquella vez lo hizo.

martes, 12 de febrero de 2013

Capítulo 3


CAPÍTULO TRES: BURDEL

Álex asomó la cabeza. El conductor no se había dado cuenta de su presencia. Se encontraba cómodamente sentado en el asiento, mirando inocentemente alrededor, vigilando la entrada al edificio sin mucho empeño. Su rostro reflejaba un ademán de superioridad, de seguridad en si mismo. Un pecado en los tiempos que corrían. Álex lo iba a aprovechar.
Se planteó como abordar la situación; ¿Debía aprovechar el despiste del hombre y salir corriendo a por él? ¿o acercarse sigilosamente y en el último momento, despachar el asunto?. Cada una de las posibilidades tenía una pega. El conductor estaba metido en la cabina, tendría que abrir la puerta, contando que ésta estuviese abierta, claro. Aún así; si se diese cuenta un segundo antes de lo previsto, Álex se llevaría un regalo en forma de proyectil. Las ideas fluían, pero como no se decantó por ninguna, decidió esperar.
Se quedó observando la zona circundante, por si acaso tenía que salir corriendo. Memorizó cada piedra, cada grieta; en esas condiciones igual de mortal era un esguince que un disparo.
Se fijó en las mugrientas ventanas del misterioso edificio. Apenas se distinguía el interior del edificio, pero se distinguían sombras. - A juzgar por la forma, algunas son de soldados. -pensó.- Pero otras son... de mujeres.- Álex se fijó un poco más. A juzgar por las voluptuosas curvas, se notaba que la ropa que llevaban era ceñida, si es que llevaban ropa alguna. Ese pensamiento se lo hizo ver claro. Por eso el edificio se conservaba tan bien; por eso la guerra apenas había hecho mella en su fachada. Era un burdel.
-No se por qué no me extraña- sonreía levemente mientras seguía vigilando al conductor. - Es uno de los típicos lugares de reunión de los soldados.- Él estaba puesto, al fin y al cabo, muchas de sus mejores noches las pasó en lugares como ese, en la barra del bar, viendo como los jóvenes cadetes a su cargo se emborrachaban junto a él y, como más de uno alquilaba una de esas habitaciones para pasar la noche felizmente junto a una de esas señoritas. Era divertido, o al menos eso le parecía a él, aunque nunca llegó a pasar de la barra.

lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo 2


CAPÍTULO DOS: CAMINO PROPIO

Las luces de un nuevo amanecer empezaron a inundar las calles de Piltruk. Un nuevo día daba comienzo, un día que no pintaba muy diferente de sus predecesores. La luz bañaba las fachadas de los pocos edificios que aun se mantenían en pie. Edificios sin vida, vacíos. En muchos de ellos aun se notaba la presencia de una historia, alguien los había habitado hasta hace poco. Muchos de ellos servían ahora de vivienda para ratas, cucarachas y todo tipo de fauna urbana: estaban completamente vacíos, pero la rigidez de las estructuras se había visto mermada ante el constante desgaste que producían los proyectiles. Aun así, era más seguro que quedarse en la calle. No era raro encontrarse patrullas cuya única misión es la de ir recogiendo los pocos supervivientes que quedan en las calles con la promesa de un albergue con comida y un colchón sobre el que descansar.
Nunca más se vuelve a saber de ellos.

La sol acabó por salir definitivamente, llegando a iluminar todos los lugares característicos de la ciudad: el Palacio del Lord, la biblioteca central, la estación de trenes,... y el puerto.
Álex abrió los ojos al darle la luz directamente en ellos. Era la hora de levantarse.
Se incorporó como pudo, dolido por las heridas sufridas y por todo el calvario por el que había pasado. Hizo unos breves estiramientos, con la intención de desentumecer los músculos. Un largo bostezo puso fin al ritual matinal.
Se giró para echar un vistazo; todo estaba en su sitio, la hoguera, ahora apagada; los jirones de la gabardina, las esposas forzadas,... todo seguía en su sitio. Harald le saludó con su voz grave y fuerte.
-Buenos días-dijo con una amplia sonrisa.-¿Listo para un nuevo día?.
Álex le miró perplejo, no entendía como el hombre que le había salvado la vida; el hombre que sobrevivía día a día a la penuria, las patrullas, los bombardeos y debía buscar alimento; estaba tan alegre.

Capítulo 1


CAPÍTULO UNO: TRAIDOR

La carretera hacia el puerto no sobresalía por ser una de las más placenteras. Había que atravesar todo el parque industrial de donde había salido toda aquella tecnología que había hecho de Piltruk una de las ciudades más prosperas hasta el momento del conflicto; una calle llena de desperfectos debida al constante combate que sufría, llena de adoquines sueltos, socavones, escombros caídos de los edificios provocados por los incesantes bombardeos con la única intención de barrer a los enemigos del estado.
El vehículo, a pesar del estado de las calles, no tardó en cubrir la distancia que separaba el Palacio del Lord, el centro neurálgico del gobierno, del puerto.
El conductor paró en el muelle 3, el lugar favorito para deshacerse de los “pequeños problemas”. Ambos soldados bajaron del coche, sin preocuparse de su prisionero, el cual yacía sin sentido en el asiento de atrás. Echaron un vistazo al agua, comprobando que esa zona del puerto poseía la profundidad adecuada. 4 metros, suficiente.
Se miraron satisfechos y volvieron al auto.
Entre los dos, sacaron al hombre fuera, y lo dejaron sin ningún cuidado en el suelo; comprobando que seguía esposado, y que no había despertado. Se propusieron hacer su tarea de una manera más cruel. Decidieron despertarlo.
Una patada, no más de una patada fuerte en las costillas bastó para devolverle la consciencia.
-Preferiría un café y unas tostadas- dijo sin dejar de sufrir espasmos ante aquel dolor.-Pero esta manera es más típica de nosotros, lo reconozco-.
Los soldados no pudieron evitar reír a carcajadas, y como era de esperar, le propinaron otra patada, que le hizo rodar por el suelo.
Se acercaron a el, lo cogieron de la pechera de la gabardina del uniforme y lo arrodillaron, sin dejarle tiempo para recuperar el ritmo normal de la respiración. A pesar de la falta del aire, pudo fijarse en ciertos detalles del hombre que le había golpeado: la funda ornamentada que guardaba el cuchillo enganchada al cinturón de cuero, la funda de las esposas vacía; las manos nudosas y fuertes, que jugueteaban con la funda del revólver; la cara del que hasta hace poco tiempo había sido un compañero, y sobretodo le marcaron sus ojos y sus labios, los cuales escondían una mirada de satisfacción y una mueca de superioridad respectivamente.
-¿Lo arrojamos ya al agua?- dijo inquieto el que se encontraba detrás, al cual no pudo reconocer por su voz. -Espera, primero quiero divertirme- y tras estas palabras, un sonoro puñetazo en la mejilla del prisionero, el cual escupió un poco de sangre. - Sigues golpeando como una mujer, Haldred- y escupió mas sangra a las botas de su captor, y sin perder en ningún momento la sonrisa desafiante. Una carcajada por parte de Haldred y un gesto de afirmación a su compañero, dio a entender al prisionero que la hora de juegos había acabado.

Prólogo de la novela...


PRÓLOGO

Desde la ventana del despacho del señor Fenwod un hombre contempla como un niño llora en la calle asustado, llamando a gritos a su madre. Tiene la ropa polvorienta y la cara manchada de sangre, está asustado.
Se pregunta de cuál de los derruidos edificios que hay repartidos por todo el paseo habrá salido el niño, pero es una pregunta en vano; es imposible saber de cuál de todos ellos puede ser. Donde antes se erigían enormes rascacielos, ahora no hay más que montañas de escombros y cenizas, donde antes se encontraban hermosos parques repletos de árboles frondosos, donde los niños jugaban despreocupados y sus padres disfrutaban jugando con ellos, ahora no queda nada más que pilas de cadáveres, amasijos de metal y olor a muerte por todas partes. Era imposible prever todo aquello, toda la muerte, toda la destrucción, todo el sufrimiento. No dio tiempo a alertar a la gente, o quizás no se quiso hacerlo.
Contempla los restos de lo que antaño fue su ciudad, un lugar tranquilo, agradable, poblado por la más diversa de las poblaciones; todo el mundo tenía cabida en ella, era un sueño, una utopía hecha realidad, pero como pasa con todos y cada uno de los sueños, tarde o temprano hay que despertarse; y vaya si lo hicieron.
No se dieron cuenta de lo que se tramaba, nadie podía hacerse una idea de la gran mentira que estaban haciendo llegar a la población, y para cuando se reveló la verdad, ya era tarde. La guerra ya estaba en marcha.
Una guerra a gran escala, donde ningún sector de la población estaba exento de riesgo, y se lo hicieron saber. Las ejecuciones eran frecuentes.
“El nuevo orden” lo llamaron. remodelar Piltruk a imagen y semejanza de sus líderes, una nueva utopía, basada en el gobierno por medio de la violencia y el terror.
¿Lo más gracioso?, el hombre que miraba por la ventana compadeciéndose del niño formó parte de dicho plan. Ese hombre participó en todas aquellas atrocidades, quemó casas, extorsionó a familias, mató a gente inocente. Todo en nombre del poder, un poder corrupto, que el se esforzaba en negar.
Hasta que las “medidas reformatorias” decidieron darse un paseo por su calle.

Aquel día nunca se le olvidará, el día en que todo su mundo cambió, el día en que todas aquellas piezas que aparentemente no encajaban empezaban a cobrar un sentido, un sentido atroz para el cual nadie está preparado. Nada más entrar en la sala de reuniones para dejar unos papeles, que para él no eran más que pura burocracia, lo vio. Contempló el esquema de toda la operación y distinguió el siguiente paso, su barrio, donde había jugado con sus amigos, donde había disfrutado del calor de un hogar, era el próximo objetivo. Gritó lleno de rabia porque lo acababa de comprender. Que ciego había estado, que estúpido había sido. Entre lágrimas fue a echar mano de su revolver, pero antes siquiera de poder acariciar la funda, tenía encima a sus hasta entonces compañeros. Las frías esposas le dolieron en la carne, pero más le dolía por dentro el hecho de que, lo que hasta entonces era su hogar, iba a quedar convertido en un montículo de cenizas, en una nube de polvo, en poco más que un recuerdo. A una orden, un fuerte golpe lo dejó inconsciente. Lo levantaron en volandas y se lo llevaron fuera de la sala, recorrieron el vestíbulo de aquella oficina, lo montaron en un ascensor y ya en la calle, lo subieron a un automóvil.
Los guardias que lo custodiaban se subieron, uno en el asiento del conductor, y el otro detrás custodiando. Era un traidor, e iban a hacer con él lo que hacían con todos. No había espacio para el en la prisión. Los traidores no se lo merecen. Cuando un traidor se monta en un vehículo, éste solo puede tomar un único destino. El puerto de Piltruk.